Reflejos mundanos y esperpento en 'Luces de bohemia'
- Sergio M. Sánchez
- 23 oct 2024
- 3 Min. de lectura
Por las cosas de la noche, el primer esperpento de Ramón María del Valle-Inclán ha vuelto a la escena en Madrid. No puede uno, tras asistir a Luces de bohemia, no darse cuenta de la increíble vigencia del texto. La capital del país sufre una profunda y constante precariedad, sobre todo en las clases más bajas, provocando el desorden social y la revuelta popular mientras otra parte de la sociedad, junto con la policía, se ocupa de repartir estopa sobre estos levantamientos.

Fotografía de Javier Naval - Teatro Español
Cien años después de su publicación, a través de las calles del Madrid de principios de siglo XX, la librería de Zaratustra, la taberna de Pica Lagartos y los muchos escenarios que reconstruye y resignifica Eduardo Vasco (adaptador y director de este esperpento), con los gritos de ¡Viva España! y la inclusión de la canción anarquista Hijos del pueblo como melodía al comienzo de la representación, el espíritu del dramaturgo gallego queda latente en todas las localidades del teatro. En este, como diría el propio Valle, “absurdo, brillante y hambriento” retrato que transmite la capital, confluye la comicidad, pesambre, aceptación e ironía con la que los personajes sobreviven y lidian en sus vidas. Referente a los protagonistas, Max Estrella (Ginés García Millán), ciego y gran poeta olvidado, y su perro lázaro Don Latino de Hispalis (Antonio Molero), poniendo el foco en especial en el primero, resalta especialmente en escena con toda su embriaguez, potencia vocal, su sarcasmo inteligente y su continua busca por no desprenderse, y volver, a los paraísos artificiales de la sociedad. No había ocurrido desde 1984, en una anterior representación de la misma obra, que se había dado un Max tan risueño y la tradición del personaje se había erigido sobre un perfil mucho más gótico. Ginés García Millán, actor y dador de vida en esta obra del propio Máximo Estrella, transforma la visión establecida durante tantos años de este personaje, abarcando ampliamente las tablas para inundar el teatro con su presencia.
“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada ” (Luces de Bohemia, 1920)
Las pulsiones de vida, revolución y protesta se mezclan con la represión, ceguera y muerte como representantes metafóricos del momento social. Para muchos, y así fue considerado en los libros de texto de los institutos, Luces de bohemia era una obra imposible de llevar a escena, irrepresentable, pero ocurre que en tiempos de dictadura, con Primo de Rivera a los
mandos, nadie osó programarla y montarla. Más tarde, con Franco, nuevamente fue escondida y apartada por la censura. Por estos y otros motivos, no sería hasta 1964, cruzando la frontera y siendo llevada a París, que apareciera en escena.

En torno al final de la obra (sirva esto como arranque disuasorio), siempre ha funcionado en
la obra dar colofón con el final mismo del poeta congelándose a los pies de su casa, aunque
originalmente existen otras tres escenas finales. En ellas, el velatorio de Max, una escena en el cementerio que Vasco actualiza con un recurso metateatral y el desenlace en la taberna de Pica Lagartos. Esto constituye una problemática puesto que las escenas se alargan y no queda clara la intención de continuar con la trama de los demás personajes, aunque, ya quedan fuera todas las complejidades teatrales.
“Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo” (La lámpara maravillosa, 1916)
La ceguera, en un mundo nocturno guiado por los sonidos y las sensaciones, produce un sentimiento de impotencia en la genialidad del poeta, lo cual queda también transmitido al espectador. El agudizamiento de los sentidos en una España invertebrada salta del orden teatral para, cien años después, aunar en una obra el mareo y agotamiento social que impide un cambio. Máximo Estrella muere en un portal y su propio compañero Don Latino se ocupa de revisar su cartera antes de marcharse. El esperpento transmite eso, a la vez que convierte las palabras en espejos y deformaciones del mundo, y parece no quedar más que observar, resignificar la obra al punto de ver reflejada una realidad latente de nuestro tiempo, no caer en la inacción que arrastramos desde la manifestación de Valle-Inclán, entender que poco ha cambiado.
Fotografía de Javier Naval - Teatro Español
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