Miguel Hernández, umbrío por la pena
- Sergio M. Sánchez
- 28 mar
- 5 Min. de lectura

El 28 de marzo de 1942, en la enfermería de la prisión de Alicante, fallecía Miguel Hernández por una afección de tuberculosis. Su muerte fue el trágico desenlace de una vida marcada por la Guerra Civil y la represión franquista, pero también por una obra poética que floreció incluso en los momentos más oscuros de su cautiverio.
Tras la derrota republicana en la Guerra Civil, Miguel Hernández intenta huir a Portugal. Sin embargo, buscando la manera de hacerse camino en su éxodo, fue delatado cuando trataba de vender un reloj de oro, regalo de su amigo Vicente Aleixandre para poder viajar a América. El propio joyero fue quien lo denunció a la policía fronteriza. Los agentes del Estado Novo de Salazar detuvieron al poeta el 30 de abril del año 39, en Moura, y rápidamente fue trasladado el 9 de mayo a la prisión provincial de Huelva. Permaneció nueve días en esa prisión, lugar donde recibió palizas brutales de parte de falangistas que buscaban una confesión en cuanto a la muerte del líder de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. De Huelva fue llevado a Sevilla y más tarde al penal de la calle Torrijos, en Madrid. Gracias a las intervenciones de Pablo Neruda, fue puesto en libertad, pero una vez vuelto a su Orihuela natal fue detenido de nuevo y enviado a la prisión madrileña de la plaza del Conde de Toreno. Allí coincidió con Antonio Buero Vallejo, quién dejó para la posteridad un magnífico retrato a lápiz con la mirada aún soñadora del joven poeta. (FOTO)

Inicialmente condenado a muerte, su pena fue conmutada por una condena de 30 años de prisión gracias a la intervención de influyentes amigos y escritores. Durante su segunda estancia en prisión, pasó por diversas cárceles, incluyendo la de Torrijos en Madrid y la de Palencia, hasta ser trasladado a Alicante, donde su salud se deterioró gravemente. En estos años de encierro, el poeta no dejó de escribir, desarrollando una de las obras líricas más bellas que pueden narrar el cautiverio, la soledad, la angustia por la ausencia familiar y el amor alejado de un padre. La poesía de Miguel Hernández en prisión refleja tanto el sufrimiento personal como su inquebrantable amor por la vida y la esperanza:
9 (Cancioneros y romanceros de ausencias)
No salieron jamás
del vergel del abrazo,
y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.
Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes.
Y los rígidos rayos.
Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron
por el viento impulsados
entre bocas desechas.
Recorrieron naufragios
cada vez más profundos,
en sus cuerpos, sus brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas,
de noviembres y marzos,
aventados se vieron:
pero siempre abrazados.
Entre sus escritos carcelarios, destacan estos Cancioneros y romanceros de ausencias, un conjunto de poemas donde expresa su dolor por la separación de su esposa, Josefina Manresa, y su hijo. Estos versos, configuran el valor que produce Hernández en su poesía, en su capacidad de sublimar la ausencia y el sufrimiento confiriéndole la voz lírica que, además, en ese tiempo había sido robada. Cómo no recordar hoy, entonces, uno de los poemas más conmovedores que recoge en este período, el cual, cuando a raíz de leer una carta de su mujer en la que decía que no comía más que pan y cebolla. El poema apareció en su cuaderno aunque sin título ni ladillo y por primera vez fue publicado en la revista de poesía Halcón, en Valladolid, en mayo de 1946, bajo el nombre Nana a mi niño:
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

A pesar de su encierro y las terribles condiciones en las que vivió sus últimos años, la poesía de Miguel Hernández no perdió su fuerza ni su compromiso. Compromiso que se pudo ver en todas sus etapas, en particular, militó en el partido comunista durante la guerra, causa principal de su arresto y orden de fusilamiento, y estuvo un mes en la URSS, de lo que nos han quedado tres poemas: Rusia, España en ausencia y La Fábrica-Ciudad:
Rusia
Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado
,y que del vientre mismo de la madre los quita.
Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.
Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!
Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.
Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.

En junio de 1941 fue trasladado al Reformatorio para Adultos de Alicante, donde se sabe que enfermó, primero de bronquitis y luego tifus que terminó por derivar en una tuberculosis. Falleció a las cinco de la madrugada del día 28 de marzo de 1942 con treinta y un años. La muerte de Miguel Hernández no significó el olvido de su obra. Al contrario, su poesía sobrevivió a la censura y se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad. Hoy, en el aniversario de su fallecimiento, recordamos a un poeta cuya voz sigue resonando en cada uno de sus versos y en cada poeta lector, o lector poeta, o simplemente para el que se pueda dejar mecer en la cuna de las letras de Miguel Hernández, lo cual es un viaje a lo profundo del sufrimiento, una visita necesaria de nuestra historia y una lucha contra el olvido en favor de la memoria del poeta.
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