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The Substance

Actualizado: 11 nov 2024

La nueva obra de Coralie Fargeat es arriesgada, valiente y, sobre todo, original. Seguramente por eso se ha convertido en una de las mejores películas del año. No es lo más común que una película de este estilo entre en la sección oficial del Festival de Cannes y menos habitual es aún que tenga una tan buena acogida por parte de la crítica. Obvio, hay precedentes de películas que mezclan terror gore y body horror en Cannes como Titane (2021) de la francesa Julia Ducournau o Crimes of the future (2022) de David Cronenberg, pero no lograron el resultado ―por lo menos ante los ojos de la crítica― que ésta The Substance.

Demi Moore en 'The Substance'

Elisabeth Sparkle, encarnada por una brillante Demi Moore, es una actriz en el ocaso de su carrera. Una carrera gloriosa y llena de fama, pero que hoy es ya solo un nombre de esos a los que incluso hay que recurrir al móvil para acordarte de él. La actriz que en su día logró un Oscar hoy tiene que verse presentando un patético show de zumba con las audiencias en caída libre. Esto nos cuenta la directora en los tres o cinco minutos iniciales de la película de manera magistral, con una gran cantidad de recursos narrativos que nos muestran de manera sutil el declive de una carrera, de una vida entregada a la fama. La película se podría considerar una mezcla ultra bizarra entre Sunset Boulevard (1950) de Billy Wilder y El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde.


Tras escuchar una llamada telefónica del director del programa, un Dennis Quaid que logra reflejar la perfecta representación de la industria de la televisión como un monstruo devorador de almas, en la que dice que hay que buscar un reemplazo, la famosa Elisabeth Sparkle se da cuenta que su fin ha llegado. Tras un accidente se encuentra con que ha sido seleccionada para poder probar una sospechosa sustancia que puede conseguir una versión más mejorada y más joven de ella. Una única condición: 7 días siendo Elisabeth y 7 días siendo su mejor versión: Sue, interpretada por una Margaret Qualley que con esta película se consagra ya como una de las nuevas caras de Holywood. Una única advertencia: no existen dos 'yo'.


Una desesperada Elisabeth acepta estas condiciones y la película entra en una vorágine de locura a dos ritmos: El de la joven y apuesta Sue que se hace con el antiguo programa de Elisabeth logrando un récord histórico de audiencias; y el de la cada vez más vieja y demacrada Sparkle que lucha constantemente contra su deseo de éxito y juventud perdida (Sue) que está acabando poco a poco con ella. La fuga del yo. Cada vez que Sue se levanta de la transfusión corporal se encuentra con la casa llena de comida basura, deshechos y las huellas de una persona desesperada por acabar consigo misma. Cada vez que Elisabeth se levanta del cambio de cuerpo y se mira al espejo se encuentra más vieja, consumida y con las huellas de una persona que le está robando la vida. Pero la verdadera ansiedad llega al darse cuenta de que esa persona es ella misma. Es entonces recuerda ese mantra de 'no existen dos yo'.

Demi Moore y Margaret Qualley

El tema del doble (Doppelgänger)

La idea del doble o el Doppelgänger que importamos de la tradición mitológica germánica tiene también su génesis en el psicoanálisis freudiano. Freud, en resumidas cuentas, afirmaba la existencia de dos fuerzas contiguas a la razón que anidaban en el subconsciente y que se encontraban en constante lucha por adueñarse del “yo” consciente, la parte racional. En este caso tenemos el yo consciente encarnado en la figura de Elisabeth y el deseo del yo, Sue, que va devorando desde el subconsciente la matriz o el verdadero yo.


Ambas existen en realidad. Elisabeth Sparkle y Sue son realidades en tanto que existen en la mente de la matriz y en la vida real. Y esto lo vemos al llegar la última hora de la película cuando una Elisabeth desesperada al ver como Sue le ha convertido en un monstruo trata de acabar con ella sin éxito. Es tan fuerte el propio deseo del yo consciente (Elisabeth) que le es imposible acabar con su yo subconsciente (Sue) y este acaba cobrando vida a la par que ella. En ese punto las dos versiones del yo entran en un mismo estadio de lo real y lucharán por adueñarse de la conciencia de la matriz.


Elisabeth convertida en monstruo

Este juego de Dr. Kekyll y Mr. Hyde no es un simple desdoblamiento en el que hay una Elisabeth mala y una buena. Es algo más complejo que esto. Sue no es un yo malvado en esencia, sino el reflejo de la pulsión vital del deseo frente a la asunción de la realidad. No es alguien que haga el mal por el mal, sino que es el deseo de gloria y éxito de la propia Elisabeth Sparkle lo que autodestruye a esta personificada en Sue. En realidad, Elisabeth se depreciaba. Ella no lo sabía, pero Sue le daba la excusa perfecta para acabar consigo misma.


La dictadura de la belleza

Observar con detenimiento un bonito paisaje, una enredadera llena de coloridas flores que abraza una vieja columna o un mar en calma tras el que se esconde un sol en sus últimas horas de luz. La belleza. Con todas estas cosas uno se pregunta: ¿por qué existe un consenso en la objetividad de 'lo bello' solo para ciertas cosas? ¿Qué es en realidad 'lo bello'? Los orientales asumen la tesis de que la belleza es un estado del ser que emana de la propia riqueza interior. Yo no sé si esto será cierto, pero desde luego prefiero pensar esto a que la belleza viene determinada por los gustos del equipo directivo de la Revista Vogue.


Cuando hablamos de la dictadura de la belleza tenemos que hablar inevitablemente de la propia industria de la belleza. Aunque que las palabras belleza e industria compartan etiqueta parezca un poco paradójico la realidad es que lo que hoy es considerado bello tiene más de producto que de inmaterial. En The Substance esta industria viene personificada por el personaje que interpreta Dennis Quaid, un desagradable alto directivo de televisión que solo busca incrementar las audiencias para generar más dinero cueste lo que cueste. Él (la industria) también es culpable de este camino de autodestrucción que vive Elisabeth, una mujer que a sus sesenta años se conserva en un estado casi milagrosamente perfecto dentro del canon, pero que tras que su jefe le insinuase que ya no era lo suficientemente perfecta para ese mundo, comienza a verse con otros ojos. El gran cuadro que preside el salón de Elisabeth es una muestra más de esa espiral de autodesprecio en la que se ve sumida tras ver como ella misma ('disfrazada' de Sue) es la que le sustituye en el programa, demostrando una vez más el desprecio social ante lo que se esconde dentro de la carne y la tiranía de una belleza artificial y prefabricada.

La dictadura de la belleza no es más que esa presión casi tiránica que ejerce la sociedad sobre nosotros (sobre todo sobre las mujeres) para generar estándares de belleza casi inalcanzables para hacernos sentir insuficientes con nuestra propia naturaleza y así hacernos creer necesitados de productos que consumir y prendas que comprar para vernos mejor. Estándares además basados únicamente en valores estéticos y materiales que dejan de lado lo verdaderamente importante, que es lo que va por dentro, el verdadero yo.


La película nos muestra el daño que uno(a) está dispuesto a infligirse por sucumbir a las expectativas del otro, de la importancia de no basar nuestra identidad en agentes externos, en la podredumbre del éxito y lo efímero del momento. En definitiva, hace una exploración casi sociológica de nuestra sociedad y dirige una película en la que nuestros pecados son llevados al extremo para que, a través del desconcierto, el horror (como Valle-Inclán con el Esperpento) y la comedia más absurda seamos capaces de asimilar lo pesadillesco como real mirándonos a los ojos y diciendo: si la sustancia existiese seguramente tú también la habrías tomado.


Un homenaje al cine

Pero aparte de todo esto, una de las razones por las que esta película está maravillando al mundo entero es porque es una oda a la historia del cine. Lo primero que se nos puede venir a la cabeza sin equívocos sería ver mucho de los Cronenberg (tanto padre como hijo) de películas como The fly (1986), Videodrome (1983) o Infinity Pool (2023). El tema del body horror y el cine de nueva carne en el que se entrelaza lo físico con lo interior, el reflejar a los monstruos que escondemos, es clave a la hora de comprender la obra de Fargeat. Por no dejarnos a nadie, en cuanto al tratamiento del cuerpo, también podemos pensar en The Elephant Man (1980) de David Lynch, sobre todo en la escena del final de la película en la que al ver el monstruo de Elisabeth comienzan a llamarla freak freak en una clara alusión a esta obra.

Jeff Goldblum en La mosca

La ciencia ficción de los setenta y ochenta representan para Coralie Fargeat uno de los pilares fundamentales sobre los que cimentar la fotografía de su obra. Otro ejemplo de ello lo tenemos en dos de las mejores películas de ciencia ficción de la historia como son: The thing (1982) de Jhon Carpenter y 2001 A Space Odissey (1963) del genio Stanley Kubrik. Esa forma de tratamiento de los espacios no es que sea muy Kubrik, es que parece sacado directamente de las películas del director neoyorkino. Y no solo los espacios de 2001, sino los pasillos de The Shining (1980) son prácticamente idénticos. Por no hablar de las caras insertadas en el cuerpo de Elisabeth al final de la película que es literalmente clavados a cómo se veían los cuerpos tras ser infectados por el virus de la película de Carpenter.

similitudes entre The Shining y The Substance

Si hablamos de ciertos planos y del terror que trata de transmitirnos la directora en The Substance es inevitable pensar en el maestro del terror, Alfred Hitchcok, sobre todo con sus obras maestras: Psicosis (1960) y Vértigo (1958). Pero también podemos ver en el final un guiño a Carrie (1976) de Brian de Palma con esa exhibición de sangre, vísceras y gore que tan salvaje vuelve a esta cinta.

Psicosis (1960) de Alfred Hitchcok

Y qué me dicen de la clara influencia del cine de Aronofsky. Requiem For A Dream (2000) comparte tanto profundidad, como mensaje, como esa espiral de locura en la que envuelve a sus personajes el director. Ese deseo de fama que encarna la abuela del protagonista de Requiem For A Dream y que la vuelve completamente loca está en la figura también de Elisabeth.

Ellen Burstyn en Requiem for a dream

Por concluir, The Substance, no es solo una película estéticamente atractiva y sorprendente en el empleo de lo desagradable; es una historia cargada de capas de la que podemos extraer grandes ideas. La trama es intrigante y tanto Demi Moore como Margaret Qualley soportan la carga dramática de la película a la perfección. Es sensual, divertida, dramática, escalofriante y confusa. Toda una experiencia, algo que en estos tiempos que corren es de valorar. Es arriesgada porque la directora va alargando la agonía de la protagonista más y más como estirando un chicle hasta acabar con un final que cierra el círculo narrativo de la historia de manera surrealista. Hay unos cuatro o cinco puntos donde Fargeat podría haber puesto punto final a la película y habría quedado genial, pero ella arriesga y arriesga, y le sale bien. Con todo, he de decir que tampoco es una obra maestra del cine ni mucho menos, es una muy buena película a la que también le faltan cosas y le sobran unas tantas más. Podría haber ido a lo fácil: sobreexplotando su parte más salvaje y quedándose solo en una mera experiencia estética. Más que eso ha optado por darle una vuelta más, por darle un sentido más trascendente. Personalmente siempre apostaré por aquellos directores que se alejen de 'lo de siempre' y abracen la locura.



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