Al final es solo eso, fútbol
- Ignacio Prieto Muñoz
- 14 mar
- 5 Min. de lectura
Siempre que ‘palma’ mi Atleti miro la cara de mi madre y no me reconoce. Será por los gritos, la rabia que exhalan mis poros o la frustración ridícula de un hombre que no para de exclamar improperios ante un televisor. Ella siempre me lo dice: hijo no sé cómo puedes ponerte así con el fútbol, con lo tranquilo que tú eres… En realidad no es con el fútbol mamá, es con mi Atleti, solo con mi Atleti.

Ayer el Atleti volvió a perder. No sé cuántas crónicas, columnas o noticias habrán podido comenzar con estas palabras en la historia de la prensa deportiva de este país. Ayer el Atleti volvió a perder. Fue contra los de siempre y de la manera más cruel posible, como siempre; con esa extraña casuística inevitable (a la que algunos llaman sin tino mala suerte) de la pelotita que golpea la red y cae siempre del mismo lado. Muchos diréis que se veía venir, (somos todos Nostradamus el día después) que esta película ya la habíais visto y que es que el Madri’ es el Madri'. Esa dichosa frase hecha que es aplicable en todos los contextos y que esconde tanto verdades como vergüenzas.
No os voy a mentir, yo ayer creía que el Atleti se iba a clasificar. Y la verdad que no era una fe ciega, me cuesta creer en los milagros y de hecho soy una persona eminentemente pesimista, pero a cada minuto que corría en el marcador, ayer, parecía que iba a ser el día en que las frases hechas y los slogans baratos se pudrieran de una vez por todas. Matar al ‘pupas’ por fin y saborear, aunque sea ajeno a nuestra naturaleza, la gloriosa vanidad de la victoria. Mirar al vecino con la arrogancia con la que nos miran ellos, devolver el dolor que tantas veces nos habían causado, pasar de ser víctima a convertirnos en verdugos de lo que más odiamos. A qué debe saber eso. Sentía que la historia, como si esta tuviera algún tipo de conciencia o de sentido de la justicia, nos debía una y que lo sabía, que esta vez no nos iba a traicionar. Nos dejamos engañar de nuevo.
Recibimiento a la altura de las grandes batallas del Coliseo. Gol de Conor Gallagher a los treinta segundos de saltar al campo. Dominio claro. Ocasión para nosotros, otra, otra más. Descanso. Uno cero y con la sensación de que el segundo llegaría en cualquier momento. Me empiezo a morder la piel de debajo de las uñas. Abro mi segunda cerveza. La garganta parece una mojama, intento tragar pero no hay saliva. Segunda parte. Dominio. Buena defensa. Contras rápidas que crean peligro. Muchos ¡uys! No vale perdonar, hoy no. Uno cero es un resultado muy corto, le repito a cualquier pobre criatura tiene la mala suerte de caer a mi vera, no me fío un pelo de estos. Penalti para ellos, esta vez ha sido claro. Otra vez, lo de siempre. Se acabó. No lo miro. Vinicius lo manda al nido de cigüeñas de la cubierta del estadio. Es hoy, tiene que serlo. Si no es hoy no lo será nunca. Esa misma frase se la digo a mi novia en el paso a la prórroga. Cariño, es un milagro, presiento que hoy es el día, los tenemos. Supongo que me sonrió, no me dijo nada, seguramente se preguntaría con qué tipo de persona estaba. Primera parte de la prórroga soporífera y segunda a la altura de un Getafe-Éibar de pretemporada a las cuatro de un domingo. Firmamos los penaltis y con ellos nuestra sentencia. Habíamos tentado a la suerte y esta siempre se cobra sus deudas. Actuó con sutileza, como para que no se notara. Desplazó medio milímetro el pie de apoyo de Julián Álvarez (un chico que a sus veinticinco ya lo ha ganado todo y que hoy, en la derrota, está más cerca de entender lo que es el Atlético de Madrid que muchos en la victoria) para que su golazo de penalti fuese ridículamente anulado por un árbitro desde el VAR a quien nadie pidió meterse y que, sin embargo, cargándose un penalti que no debería haber anulado, se llevó por delante la ilusión, los sueños y la fe de los que nunca dejaron de creer. Lucas Vázquez también falló. Un rayo de esperanza volvió a iluminarnos el camino. Hoy la suerte, pese a coquetear con el de siempre, parecía que se iría a casa con nosotros. Con esa dosis de ilusión la tragedia estaba servida. Llorente la estrella en el travesaño con un tiro inexplicablemente duro y arriesgado. turno de Rüdiger para la victoria. No, este no, encima este no, comentaba mascullando entre dientes a la suerte a ver si esta me escuchaba. Lo para Oblak. Espera. No. El balón bota. Se cuela. Es gol. El Madrid está en cuartos, el Atleti cae eliminado. La historia de siempre, contada como siempre y con un guion tan ridículo como maquiavélico.
Esa noche no quería hablar con nadie. No hubo rabia, lo de ayer fue pura tristeza y frustración. La tristeza del que muere en la orilla, de quien se da cuenta que ya ni la intuición le sirve; la frustración de quien choca contra un muro una y otra vez, del que tropieza con la misma piedra, de quien se conoce a expensas de un destino inevitablemente cruel. No hallé consuelo en nada. Tampoco lloré.
Hoy he llamado a mi padre para hablar un poco del partido (hablamos de pocas cosas más). Él también lo pasó mal. Últimamente sentía que ya no sufría como antaño con las derrotas del Atleti, ni que se alegraba tanto con las victorias. Ayer fue distinto. Para todos lo fue. Mi madre nos escuchaba hablar desde el asiento del copiloto tratando de quitarle hierro al asunto. Sabes qué es lo que más me jode papá, le dije, que para ellos es una victoria más y para nosotros habría sido algo más que una victoria. Sentía que el ganar ayer era la demostración de que, como dice el Cholo, con esfuerzo, coraje y corazón todo es posible, la clara prueba de que no siempre el que más tiene se sale con la suya, la certeza de que la vida te devuelve algo que alguna vez te arrebataron de la manera más zafia y cruel. Nada más lejos de eso, lo de ayer fue la prueba de que todo eso son narrativas que tratamos de inventarnos para sobrevivir en un mundo en el que la suerte, jamás de los jamases, hará que la pelotita caiga en contra de los que la compran.
Después de un rato de críticas, insultos y opiniones subidas de tono entre mi padre y yo con respecto al partido, mi madre volvió a intervenir. Bueno hijo, ya ganareis, no hace falta ponerse así, al final piensa que es solo fútbol. Miré al suelo cabizbajo sabiendo que me estaba mintiendo, pero que lo hacía con la compasión y el amor de una madre que ve cómo, pese al esfuerzo, su hijo le trae un suspenso todos los trimestres en matemáticas. Tienes razón mamá. Al final, después de todo, lo de ayer es solo eso, fútbol.
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