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La cultura de la positividad forzada y sus efectos actuales

Desde Los chicos no lloran de Miguel Bosé hasta Big Girls Don't Cry de Fergie, la idea de que el llanto es sinónimo de debilidad y falta de madurez ha sido reforzada una y otra vez por la cultura popular

Un sentimiento intrínseco del ser humano que radicalmente queda menospreciado y sepultado bajo los valores positivos y una casi impuesta necesidad de estar contentos en todo momento. De hecho, el afán de no expresar tangiblemente la tristeza o emoción mediante lágrimas se asocia comúnmente al género masculino, quien víctima del patriarcado, siente que sus lágrimas no valen nada. Una visión de la cual, por supuesto, tampoco nos escapamos las mujeres.


Ahora bien, todo ha dado una vuelta de tuerca más allá de lo normal. Ya no hablamos de una “debilidad” basada en roles de género. En la sociedad contemporánea, se ejerce una presión incesante por preservar una postura optimista y eludir la manifestación de sentimientos considerados "negativos", como la melancolía o el llanto. Esta demanda se expresa de forma distinta en hombres y mujeres, evidenciando construcciones de género profundamente enraizadas que se han mantenido a lo largo del tiempo. Pero, ¿desde cuándo ha cambiado esto? Pues desde que el concepto de debilidad se vio sustituido por el de improductividad.



“Tostadas de aguacate con salmón”: O lo que es lo mismo, “si lloras no rindes”


Cuántas veces habremos intentado hacer miles de rutinas para sentirnos mejor con nosotros mismos. Levántate, hazte el desayuno, healthy por supuesto, rutina de skincare exhaustiva  a la de ya, ve a trabajar, contento por supuesto, rinde en el trabajo, no hay tiempo para pensar en nada, ve al gimnasio, ese cuerpo no se mantendrá jóven siempre, lee un libro, porque tienes que leer, limpia la casa de arriba abajo, ¿quién dijo que hoy no deberías hacerlo? Cena, pero no te atrevas a cenar algo procesado, subelo a Instagram ¿o acaso quieres que piensen que eres peor que ellos? Una bomba de relojería llena de productividad tóxica que poco a poco, nos apresa en una cárcel donde la inconformidad llevada al extremo y la autoexigencia son los principales protagonistas. Siempre está bien querer trazar el camino hacia una forma de vida con la que estemos agusto, pero hoy hablamos de esa sensación antes de dormir de “no haber hecho nada”, cuando en realidad, no hemos parado.


“Dientes dientes, que eso les jode”


Quien iba a decir que la tan famosa frase de Isabel Pantoja para referirse a los periodistas iba a ser el ejemplo perfecto de lo que esta cultura del positivismo quiere hacer con y para nosotros. En los hombres, esta demanda se fortalece mediante el ideal del hombre proveedor, en el que el valor personal se evalúa por la habilidad laboral y el triunfo financiero. Manifestar tristeza, agotamiento o falta de motivación se interpreta como una indicación de debilidad que podría poner en riesgo su posición en el entorno laboral o social. En este contexto, la supresión del llanto no solo se ajusta a una estructura de género, sino que también es efectiva en un modelo económico que demanda fortaleza, resistencia y sacrificio continuo. Para las mujeres, la presión es doble: se espera que, además de ser eficaces en el entorno laboral, conserven una estabilidad emocional, funcionando como apoyo a los demás dentro de su rol de cuidadora. En numerosos contextos profesionales, expresar irritación o frustración puede ser mal interpretado, mientras que en el sector hogareño y de cuidados, el peso emocional se transmite de manera pasiva. La demanda de estar siempre bien se transforma, por lo tanto, en un instrumento de control que evita la manifestación legítima de emociones más allá de la alegría. 


¿Un final feliz?


El mensaje “positive”, tradicionalmente conocido como “happy power” ha de ser urgentemente revisado. Nunca algo tan primario como el llanto o la frustración nos ha

podido diferenciar de algo a lo que esta cultura nos abre paso: ser una máquina.

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