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Los ojos que devoran otros ojos

«Aquí, en los pueblos de las Hurdes, 

nunca hemos escuchado una canción» 

Niña enferma que aparece en el documental de Buñuel

Nadie conocía su origen, ni por qué estaban allí, tampoco muchos siquiera conocían su mera existencia. Allá, en la provincia de Cáceres, entre Ciudad Rodrigo y el Valle del Jerte, pasando por una discreta carretera encontrabas un pueblecito, de esos de España antigua, casi prehistórica, llamado La Alberca. Pasado este, la comarca de los olvidados. En las Hurdes la miseria más absoluta vivía hacinada entre cuevas, cretinos y muerte. Sobre todo muerte. 


Después de leer el libro de Maurice Legendre, Las Hurdes, estudio de la geografía humana (1927) no sabemos si Buñuel quedó más maravillado que horrorizado sobre este sitio donde las gentes tenían la cara del hambre. Lo cierto es que si bien Buñuel fue el que dejó un testimonio más reconocido debido al éxito de su documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933), que pasó a ser colocado entre los doce mejores documentales de la historia según el Festival de Cine de Mannheim en 1964, no fue ni el primero ni el más objetivo. Más de una década antes, Unamuno ya dedica un capítulo de Andanzas y visiones españolas (1922) a los habitantes de la comarca de las Hurdes, denunciando su crítica situación. Figuras públicas de renombre como Gregorio Marañón estuvieron realizando estudios sobre esta región en repetidas ocasiones. Fue gracias a esto que el rey Alfonso XIII visitó la comarca en 1922 prometiendo poner en marcha planes de desarrollo e integración. Una década después de esta visita, Luis Buñuel grabaría su famoso documental donde se refleja la decadencia de algunas de las zonas de la España profunda a las que la tierra solo castiga y donde «las ropas de la gente están remendadas tantas veces que casi es imposible distinguir cuál es la tela primitiva».


La leyenda negra de «esa región de razas distintas y seres salvajes» perseguía a los hurdanos desde hace más de un siglo, cuando el dramaturgo Lope de Vega publicó la obra Las batuecas del Duque de Alba. Cuenta la leyenda que con la invasión árabe de España, la región quedó desierta y que, aún no se sabe bien si amantes o cazadores, llegaron aquí y descubrieron un lugar donde la gente hablaba una lengua extraña y vivían asilvestrados. Así eran las Hurdes para los pocos que conocían su existencia.


La mal llamada comarca (pues más que comarca es una mancomunidad) de las Hurdes se compone de cinco municipios: Caminomorisco, antiguamente llamado Las Calabazas, y Pinofranqueado, situados al Sur, son los más grandes y forman Las Hurdes Bajas. Nuñomoral, situado en el centro; Casares de las Hurdes y Ladrillar, al norte de la comarca, forman Las Hurdes Altas. Esta comarca se encuentra al norte de Cáceres, en Extremadura. Extremadura es una de las regiones que más azotada se ha visto por la despoblación. Su aridez y la falta de inversión económica e infraestructuras hacen de esta una tierra difícil para sus gentes aún a día de hoy. 


Pero las Hurdes tenían algo especial, una mística similar a la de un país recóndito, como la América precolombina o el corazón de la selva africana. No hacía falta irnos tan lejos, en las Hurdes también había bestias salvajes, mujeres desnudas y una lengua extraña. Pero no por lo que uno se imagina, sino por lo que es: por aquellos a los que por tener la desgracia de haber nacido en la miseria, han perdurado en el olvido.


Cuando Luis Buñuel graba este documental en 1933 ya había producido obras notables como Un perro andaluz (1929) o La edad de oro (1930). Con el documental de las Hurdes da un giro de ciento ochenta grados en estilo y forma pasando de hacer un cine puramente surrealista a grabar un documental sobre la miseria, la desgracia y la muerte que no podía ser más real. Real la situación, no el documental ya que Buñuel sí que se tomó según qué licencias para grabar esta cinta, algo que en su día fue duramente criticado. Mató a dos animales durante el rodaje: una cabra, que se nos muestra muriendo despeñada circunstancialmente a la que el propio Buñuel disparó con una escopeta para conseguir la toma, y una vaca a la que, tras matarla, la bañó de miel para mostrar que había fallecido debido a los picotazos de abejas salvajes. Y no solo falseó tomas de animales, sino que mintió también con la muerte de la niña. En el documental, esta tiene que ser transportada por el río para llevarla al cementerio más cercano, pero en realidad la niña no estaba muerta. Se dice que Buñuel le pagó cien pesetas a sus padres para que se hiciera la dormida mientras grababan. Ese es un gran dilema para los documentalistas. Seguramente, sin esas imágenes que consigue captar Buñuel de manera fraudulenta el reportaje no hubiese tenido el gran impacto que tuvo, mostrando una imagen de la decadencia de los pueblos de España que sí que era real, además logrando un alcance internacional. Este documental puso a las Hurdes en el mapa, gracias a él dejaron atrás el club de los olvidados para ostentar el patrimonio de la miseria. Ya no eran salvajes, eran pobres, y no hablaban una lengua desconocida, sino que era el hambre que se colaba por los huecos de sus dientes podridos. 


La intención del director era la de hacer un estudio de la geografía humana, siguiendo los preceptos del libro de Legendre. Debajo de ese estudio, se escondía una denuncia social que ponía en relación al individuo con su entorno demostrando que son las circunstancias las que conforman nuestro destino. Este mensaje no está oculto, pero se camufla perfectamente con una sutil capa de ironía. Como en la escena en la que el niño escribe en la pizarra uno de los preceptos que les obligan a leer en sus libros de texto: “respetad los bienes ajenos”. La ironía que subyace aquí, en un paraje en el que la mera posesión de bienes es algo casi utópico, es desoladora. Y somos nosotros como espectadores los que con nuestros ojos, y a través de los suyos, de los niños mojando pan en el río o de los animales famélicos de tripa hinchada, devoramos su miseria con nuestra mirada morbosa. 



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